La exposición “Quinquis de los ochenta” parte del cine de pandilleros para hacer una radiografía a la sociedad que hizo de delincuentes como el Vaquilla o el Torete héroes nacionales.
Macarras de indudable silueta “yonki” dando tirones a los bolsos de marujas. Pandillas de extrarradio reunidas frente a unos recreativos. Seat 131 abandonados en solares. Hace apenas veinte años hubo una ciudad distinta, una Barcelona que no era la mejor tienda del mundo. Esa Barcelona gris, de chabolismo y bloque de pisos (“infraviviendas” en eufemismo de urbanista posolímpico), con banda sonora de cassette y rumba con sintetizador chusquero, tuvo por hijos a unos ladronzuelos de medio pelo, quinquis inmortalizados en el cine y las crónicas (rosa y negra) de la prensa de entonces. Sólo dos comisarias atípicas como Mery Cuesta y Amanda Cuesta, sin más parentesco que su afición por las propuestas artísticas provocadoras, podían desenterrar ese cine y esos personajes y hacerlos objeto de una gran exposición que disecciona la estética de los delincuentes juveniles y la cultura que emergió a su alrededor. Es la propuesta de “Quinquis de los ochenta: cine, prensa y calle” que se inaugura el próximo mes de mayo en el